La Enfermedad

La enfermedad no suele ser la primera señal mediante la cual el organismo nos avisa de que algo no está en su sitio. Cuando nuestra forma de vida y la manera de afrontar las dificultades no es satisfactoria, el organismo produce avisos en forma de malestar emocional, con el fin de que tomemos medidas para restablecer el equilibrio interno que se halla amenazado.

Cuando no atendemos estas señales, y no dirigimos nuestra atención hacia nuestros acontecimientos vitales perturbadores, el desequilibrio continúa en aumento. Entonces, el organismo incrementa la intensidad de sus avisos y comienza a hacerlos más visibles: empiezan a aparecen los síntomas físicos, a los que denominamos enfermedad.

Por tanto, la enfermedad no es sólo una alteración física, sino que también está relacionada con la forma en que afrontamos nuestros acontecimientos vitales. Tiene componentes físicos y también mentales y emocionales.

Desde una visión holística del ser humano, en la que cuerpo y mente forman una unidad indivisible, cabría considerar que toda enfermedad es psicosomática, es decir, una expresión física y un conflicto emocional subyacente. Por eso, tal vez no tendríamos que hablar de enfermedad (algo que se refiere sólo al cuerpo) sino de persona enferma, es decir, con dificultades para afrontar adecuadamente los acontecimientos conflictivos de su vida, que le afectan en su totalidad: físico, mental, emocional e incluso espiritual.

Muchas veces, enfermamos en la misma forma en que lo hace nuestra familia. De la familia podemos heredar los factores genéticos relacionados con un determinado tipo de enfermedad. Pero los genes sólo son una predisposición a la enfermedad, no son la enfermedad. Los genes pueden permanecer inactivos a no ser que algo provoque la expresión de su herencia genética. Entonces, empiezan a propagarla por el cuerpo, dando lugar a la enfermedad.

Sin embargo, eso no es todo. Junto a los genes, la familia también nos transmite, inconscientemente, una determinada actitud hacia la vida que determina nuestra personalidad y por tanto, condiciona nuestras reacciones defensivas ante la adversidad. Se trata de una determinada forma de mirar la realidad, de entender y expresar las emociones, de manejar los conflictos, y de afrontar los acontecimientos vitales característica de esa familia. De este modo, a través de las relaciones con nuestros familiares, aprendemos una determinada forma de actuar que complementa la predisposición genética recibida a través del ADN.

Cuando actuamos inconscientemente, con arreglo a estas pautas familiares aprendidas, sin tomar conciencia de los desequilibrios internos que esa forma de funcionar nos puede estar produciendo, es cuando pueden darse las condiciones para que la predisposición genética se ponga en marcha y con ella, aparezcan los síntomas físicos que denominamos enfermedad.

Es necesario restablecer el contacto profundo con nosotros mismos y poner más conciencia en nuestras formas automáticas de funcionamiento heredadas de la familia. Si atendemos a cómo nos sentimos, podemos tomar las decisiones que preservan nuestro equilibrio interno en lugar de aquellas que incrementan nuestra inestabilidad y propician el malestar emocional y psicológico precursor de la enfermedad. Los componentes psicológicos que intervienen en el desarrollo de la enfermedad, también pueden tener un papel importante para detener su evolución, e incluso para recobrar la salud.

El tipo de enfermedad y, sobre todo, el órgano o zona corporal que se ve afectada, contienen la información que el organismo nos envía para que restablezcamos el equilibrio. Es preciso poner más conciencia en las sensaciones corporales y aprender a escuchar sus mensajes.

 

 

 

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